miércoles, 15 de septiembre de 2010

El Exilio de Fernando Charry Lara


El hombre entristecido mira

caer vehemente la luz a su ventana:

distraído contempla la distancia

de espumas como olas, lejanías.
Leves despiertan a su nostalgia

los reflejos de otros días,

y es ocio y congoja de una tarde

por gracia de este cielo,

que a su imagen
es mar azul, playas doradas, islas,

regresar desde la claridad de unas nubes

en el desmayo ávido del instante

hacia la antigua soledad remota.
Mas no puede la frente melancólica

soñar con esperanza sus recuerdos.

Volver a la tierra perdida

sería también deslumbramiento amargo:

un sol ajeno se levanta

como espada en mano enemiga.

Y su deseo es apenas

la pasión lánguida de la adolescencia en olvido,

un indolente jardín o una calle,

su deseo es apenas un aire,

si nocturno, de borrosas estrellas,

si de fulgor o nieve,

si de sol sangriento en el ocaso.
Sin testigo,

la obscuridad del rostro en los cristales,

bajo la luz que anochece punzante a la ventana

sus miradas entonces se obstinan,

frías, tenaces de silencio,

más allá,

entre vagas nubes o mares.
Puñal siempre en el pecho es la memoria.

Callar consuelo ha sido.

Mejor será
morir secretamente a solas.

Fernando Charry Lara
De “Los adioses” 1963

domingo, 5 de septiembre de 2010

Visión, de Los cálices vacíos de Delmira Agustini

 ¿Acaso fue en un marco de ilusión,
en el profundo espejo del deseo,
o fue divina y simplemente en vida
que yo te vi velar mi sueño la otra noche?

En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,
taciturno a mi lado apareciste
como un hongo gigante, muerto y vivo,
brotado en los rincones de la noche
húmedos de silencio,
y engrasados de sombra y soledad.

Te inclinabas a mí supremamente,
como a la copa de cristal de un lago
sobre el mantel de fuego del desierto;
te inclinabas a mí, como un enfermo
de la vida a los opios infalibles
y a las vendas de piedra de la Muerte;
te inclinabas a mí como el creyente
a la oblea de cielo de la hostia…
gota de nieve con sabor de estrellas
que alimenta los lirios de la Carne,
chispa de Dios que estrella los espíritus.
Te inclinabas a mí como el gran sauce
de la Melancolía
a las hondas lagunas del silencio;
te inclinabas a mí
de mármol del Orgullo,
minada por un monstruo de tristeza,
a la hermana solemne de su sombra…
te inclinabas a mí como si fuera
mi cuerpo la inicial de tu destino
en la página oscura de mi lecho;
te inclinabas a mí como al milagro
de una ventana abierta al más allá

¡Y te inclinabas más que todo eso!

Y era mi mirada una culebra
apuntada entre zarzas de pestañas,
al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
glisando entre los riscos de la sombra
¡a la estatua de lirios de tu cuerpo!

Tú te inclinabas más y más…y tanto,
y tanto te inclinaste,
que mis flores eróticas son dobles,
y mi estrella es más grande desde entonces.
Toda tu vida se imprimió en mi vida…

Yo esperaba suspensa el aletazo
del abrazo magnífico; un abrazo
de cuatro brazos que la gloria viste
de fiebre y de milagro, será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
cuatro raíces de una raza nueva.

Y esperaba suspensa el aletazo
del abrazo magnífico…
¡y cuando
te abrí los ojos como un alma, y vi
que te hacías hacia atrás y te envolvías
en yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra! 

Delmira Agustini